Estoy enchufado. Ya que me leéis, pues yo sigo escribiendo sobre una de mis pasiones, la formación y concretamente, el baloncesto como vehículo formativo.
Ver un partido de niños es especialmente agradecido. Sobramos los entrenadores. Son capaces de resolver problemas sin recursos técnicos, o al menos pensamos que no tienen dichos recursos, y lo hacen utilizando su principal fortaleza técnica: su habilidad y su capacidad de resolución de problemas, todavía poco contaminada por los adultos.
No voy a opinar sobre la forma de juego impuesta por los clubes o entrenadores, pero si decir que los partidos molaron a pesar de lo que los entrenadores, en muchos casos, pretendían hacer o diría, mejor, esperaban que sus jugadores hicieran. Los niños tienen esa cualidad que les distingue todavía y es que disfrutan con el juego y el riesgo y eso se ve en cada acción que desarrollaban y para ellos esto es «un must» tienen que hacerlo si o si, porque si no lo hacen dejan de ser niños.
Pero vayamos al tema que me ha hecho escribir este post. El error. En líneas generales, los entrenadores lo permitían, pero descargaban una actitud hacia el supuesto error que pienso, es contraproducente para el niño. Un entrenador es una referencia importante para un niño y si el adulto, con un gesto, comentario, etc. delegitima la acción que supuestamente ha acabado en fallo, el niño queda demasiado expuesto para el siguiente riesgo. Y da igual que el entrenador le aplauda o le anime, el gesto, el lenguaje corporal y por tanto, el daño está hecho. Se que es complicado y que es algo sobre lo que solemos trabajar poco, nuestro lenguaje corporal, pero debemos hacerlo. Tened en cuenta que para inputs negativos ya están los padres con sus gritos y presiones.
Debemos ser conscientes, que final de madrid o pachanga de barrio, el niño se está probando en cada acción que hace y el supuesto error es necesario. Y digo supuesto error porque solo sabemos que la acción que ha hecho ha acabado en fallo, aunque esto no suponga que se haya equivocado. No lo sabemos, ni lo sabremos. Es más, ¿nos hemos planteado alguna vez los errores que terminan en canasta? Acabo de ver un vídeo de un chaval del infantil de Estudiantes, que está plagado de errores (agarres mediocres, ciclos de pasos mal ejecutados, decisiones erróneas, etc.) que acaban bien y la grada y el entrenador, no hace más que aplaudir.
Mis propuestas son:
1. Prepararnos el partido, no solo con los quintetos o los posibles resultados. También escenificar e interiorizar las posibles situaciones para tener un fondo de armario de gestos adecuados o con los que me sienta contento. No saldrá al principio, pero con el tiempo se consigue.
2. Mayor asertividad y esperar que sea el niño el que note si ha hecho algo bien o ha hecho algo mal y entonces indagar y preguntar si le ha molado y cómo se siente. Ojo, no sabemos lo que ha querido hacer el niño, por lo que no sabemos si hay fallo o error. Preguntar lo que quería hacer y si lo repetiría. A todo esto, no da tiempo en cada jugada, pero en vez de tener un ayudante saltador y gritador, que haga algo útil hablando con los niños en los periodos de descanso, de tiros libres, tiempos muertos, banquillos, etc.
3. Tener siempre en la cabeza: ¿Por qué no puede hacer eso? y sobretodo, ¿Le podría haber salido bien? y más importante: si lo ha decidido, por algo será, puesto que él quiere ganar igual que tu.
4. Pensar si mi propuesta le haría mejorar para ser mejor jugador o le acercaría a la mediocridad, es decir, a lo que hace todo el mundo.