Me permito una licencia sobre esa maravilla de canción de El Loco: Cruzando el paraíso.
No todo está inventado en el baloncesto, discrepo de esa afirmación. Pero si creo que el baloncesto tiene básicamente dos corrientes metodológicas (ojo, nada que ver con los sistemas de enseñanza).
Una es “haz que sea fácil” y otra “tú mismo, ¿no sabes?, bueno, ya se te ocurrirá algo”.
La primera es la clásica, donde el entrenador y el jugador se entienden, dialogan y acuerdan, bueno eso en el mejor de los casos, pues lo normal es que sea el entrenador el que defina esta normalidad. Ésta, bajo mi punto de vista, es un atraso, insisto, bajo mi punto de vista, solo llegarán algunos altos y aquellos cuya altura y talento encaje en el patrón habitual de las estructuras de la competición. Bueno, también hay que reconocer que obtiene resultados inmediatos en equipos mediocres.
La segunda, como imaginarán, es la que me mola, la que deberíamos explorar más a menudo, la que nos provoca, a los entrenadores, micro-infartos, la que deja todo en manos del niño, la que nos pone, a los entrenadores, en el espejo sobre si somos o no somos buenos entrenadores, sobre si trabajamos para que el niño saque lo mejor de él o para sacar nosotros lo mejor del niño. Si queremos que el niño nos sorprenda más allá de meter un triple o hacer un cambio de mano muy rápido, debemos dejarle crear y callarnos y aguantarnos.
Lo cierto es que no puedo demostrar que sea mejor o peor una fórmula u otra y la conclusión a la que he llegado es que eso es lo de menos, es simplemente una actitud ante la ardua tarea de la enseñanza. Dos meses después de haber terminado la temporada, no pienso en el resultado mediocre grupal, pienso que no he conseguido que ningún jugador haya jugado como creo que podrían y estaban preparados para haber jugado en los momentos decisivos. ¿Qué ha pasado? La pregunta me carcome. Algunos niños han cambiado y han terminado haciendo cosas increíbles, pero no vale, no ha sido, ninguno, ni la sombra de lo que necesitaban y eso es sobre lo que no paro de reflexionar.
No he llegado a ninguna conclusión cerrada y clara a propósito de aspectos técnicos o tácticos, aunque estoy cerca y algún día los compartiré, pero si a la conclusión metodológica que da título a este post. Es la consecuencia de una metodología que es compleja e inconcreta y donde el jugador demanda normas definidas se ha encontrado con vaguedades (¡Ataca!) y donde el niño solicitaba un líder, no había más que otros niños intentando sobrevivir. Lo dicho, la metodología ha matado al resultado.
Ahora empiezo con otra generación, más niños, veremos cómo niños de canasta pequeña aprenden a ser autosuficientes, aprenden a hacer sin que se les diga el qué.
Por cierto. La camiseta es obra de los padres del equipo, a los que quiero agradecer públicamente el detalle ¡Cuánto han sufrido los pobres!
Y yo mientras sigo tarareando…
…
Siempre es cuestión de tiempo llegar al precipicio
yo bajando a los infiernos y tú cruzando el paraíso
Para ti la vida que te lleva
para mí la vida que me quema
…